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Martes, 29 de agosto de 2006
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SOCIEDAD
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Pasión por el ruido
El riesgo de sufrir sordera prematura crece entre los jóvenes por su afición a la música a todo volumen y el uso abusivo de los mp3
Los caminos de la fama son inescrutables. John Kiel, vecino de Patterson, en Luisiana, no imaginaba que su nombre ocuparía páginas en diarios de los que nunca había oído hablar, hasta que un día decidió denunciar al fabricante de su reproductor de mp3. Según Kiel, que sufre una importante pérdida de oído, el aparato, que puede alcanzar picos de sonido de hasta 115 decibelios, podría ser el causante de su sordera. No está seguro de ello, tampoco aporta pruebas, pero sus abogados se aferran al hecho de que en las instrucciones del iPod no se alerta de que su uso continuado, a todo volumen, pudiera lesionarle.

Se trata de un recurso utilizado por los juristas de forma habitual en los Estados Unidos. Gracias a él, las más inverosímiles reclamaciones han conseguido indemnizaciones millonarias. De hecho, en 1992 se instauraron los 'Premios Stella' a la demanda más absurda, una vía de escape del anonimato para personas que se han enfrentado a las grandes corporaciones y han conseguido dinero por ello. Stella Liebeck, quien da nombre al galardón, denunció a McDonald's porque mientras conducía llevando entre las rodillas un café que acababa de comprar en la hamburguesería, éste se le derramó y se quemó. Un jurado la indemnizó con 2,3 millones de euros y ahora las tazas llevan la leyenda: «¿Cuidado! Contiene una bebida caliente y podría quemarse». La multinacional recurrió y logró que se redujera la compensación, pero Stella ya era famosa.

La denuncia de Kiel, además de darle a conocer, pone de actualidad un problema sobre el que audiólogos y otorrinolaringólogos hacen hincapié desde hace tiempo: el uso abusivo de los aparatos de música, en especial los que utilizan auriculares, puede tener relación con la sordera prematura. Dos estudios, uno realizado por la fundación británica Investigación de la Sordera y otro de la Asociación Americana de Audiología, han puesto de manifiesto que la mitad de los alumnos de secundaria presentan algún trastorno auditivo (la mayoría, de trascendencia menor) y que los jóvenes británicos corren el riesgo de quedarse sordos 30 años antes de lo que lo harían sus padres. Lo relacionan con el auge de los reproductores de mp3, y en especial el iPod, un auténtico fenómeno mediático. Los fans de la compañía Apple se apresuraron a devaluar estos estudios. «Pretenden recibir parte de la atención que consigue el producto», protestan.

Una vieja canción

«No hay ninguna diferencia entre los nuevos aparatos, el iPod o cualquier otro, y los antiguos walkman y discman, salvo que las baterias duran más», zanja el otorrinolaringólogo Vicente Piñeiro, miembro de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao. Sí es cierto que los avances tecnológicos permiten utilizar los equipos durante más tiempo y, al almacenar más canciones, evitan que se apaguen voluntariamente por aburrimiento, lo que da pie al abuso. «El exceso nunca es bueno. Si alguien bebe 20 litros de agua, tendríamos que ingresarle porque se puede morir», razona el doctor, mientras puntualiza que el uso responsable no conlleva ningún riesgo. Recomienda, no obstante, evitar los auriculares cuando sea posible, y, caso de usarlos, elegir unos que taponen el conducto auditivo para aislar otros ruidos y poder mantener bajo el volumen.

El cerebro sólo procesa la información de la fuente de sonido predominante. Así, en una calle donde el ruido ambiental es de 70 decibelios, si no se bloquea su entrada en el oído, la música deberá estar más alta y sólo se percibirá la diferencia: una canción a 130 decibelios produciría la sensación de oírse a 60, lo que acarrea un riego evidente de lesión. «Los sonidos no se suman, pero sólo identificamos el más alto. Salvo las madres, que, no se sabe por qué, captan el llanto de un bebé aunque sea más débil».

El oído humano empieza a sufrir a partir de los 80 decibelios, el nivel en el que se tiende a bajar la música, y hasta los 120 hay un umbral de seguridad. «Es molesto y las células del oído se sobrecargan, pero los efectos nocivos son reversibles siempre que se las deja descansar», dice el especialista. Las complicaciones llegan cuando alguien se empeña en pasar todo el día con el aparato a tope. «Los neurotransmisores que llevan el sonido desde las células ciliadas del oído hasta el cerebro se van gastando».

Se trata de la misma exposición a la que están sometidos algunos trabajadores y por las que la normativa de salud laboral obliga a ponerse tapones y cascos. «Un descanso de ocho horas por cada cinco de esfuerzo consigue recuperarlas, aunque es recomendable hacer varias pausas a lo largo del día. Dos horas de música y tres de descanso, por ejemplo. En una discoteca se llega a 120 decibelios, punto a partir del cual pueden producirse lesiones permanentes, por lo que hay que tener cuidado. Cuando las células ciliadas dejan de funcionar, aparece un molesto pitido», dice Piñeiro.

Además, la exposición continuada a un ruido -«da lo mismo que sea música clásica que heavy metal»- produce dolor de cabeza, alteraciones en el sueño e irritabilidad. Son los efectos del exceso de energía que llega a los filamentos de las células receptoras situadas en el oído, y no de un reproductor musical en concreto. «Lo que provoca el daño es poner la fuente de sonido pegada al tímpano, subirla a 100 decibelios y no descansar. Si la utilizas con cabeza, no tienes por qué tener ningún problema». La advertencia no evitará nuevas demandas en los tribunales para culpar a los fabricantes de aparatos de su uso inadecuado. ¿Acaso no hubo quien se querelló contra Dios porque no era feliz?



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